Quiero contarte ahora la leyenda de una piedra que se hallaba en movimiento permanente en la cima de una roca en las sierras de Tandil. Te adelantare, como dijera alguna vez un gran poeta, que no sé bien si se trata de una historia que parece cuento o, acaso, de un cuento que parece historia. Si sé que tiene algo de verdad, y que es cierto que puedes ir a Tandil y ver con tus propios ojos esa piedra, que ya no es movediza, porque cayo al suelo el 29 de febrero de 1912; pero sigue teniendo la forma de un corazón humano, allá en el fondo del barranco, rota en pedazos. En aquella tribu de mapuches nadie dejaba de asombrarse cada vez que sus ojos se posaban en Milla Rayen. ¿Por que la muchachita no tenia la cara morena y la piel curtida como ellos?. ¿De quien había heredado esos ojos de cielo y esos cabellos de oro que transaban con cuidado? Su nombre mismo, Milla Rayan, flor dorada, hacia pensar en antepasados remotos en el tiempo y la distancia. ¿Que hacia entonces allí con ellos, los mapuches, comiendo esos piñones gorditos que brindaban el pehuen o araucaria, de copa alzada y tronco robusto? ¿Seria acaso una enemiga? ¿se habría infiltrado de otros blancos que preparaban alguna emboscada? Nadie tenia alguna razón concreta para acusarla. No conocía su pasado y el futuro se veía hostil para todos. El presente de Milla Rayen no merecía un solo reproche. Trabajaba como la que más. Amaba a los dioses de la tribu, respetaba las costumbres, decía solo la verdad y compartía los piñones que recogía cuando el pehuen estallaba en frutos. Sin embargo, no se decidían a confiar en ella. Las mujeres eran las peores. Esas trenzas rubias y esos ojos tan azules las llenaban de temores. ¿O seria envidia lo que empezaba a nacer en sus corazones al verla tan linda y buena?. No dejaban de seguir sus pasos, de espiar sus reacciones, buscando alguna razón que permitiera ofrecerla en sacrificio. Milla Rayen callaba. ¿Que hubiera podido hacer su corazón sincero y bondadoso contra tanta maledicencia? Un día, los temores de la tribu se vieron confirmados. El hombre blanco se acercaba. No había ya duda alguna de que se dirigía a las tierras de los mapuches. La lucha seria dura. Era el momento de ofrecer al dios Nguenechen un sacrificio, para forzar su protección. Nuevamente el corrillo de mujeres actúo como un dedo que señala: no había nadie tan bueno como Milla Rayen en esa tribu. Había que ofrecerla en sacrificio para que el dios mapuche se sintiera halagado. Milla Rayen callaba mientras las mujeres cuchicheaban, seguía callando cuando comenzaron a alborotar entorno del Consejo de Ancianos y a lanzar chillidos de espanto. No rompió su silencio ni siquiera cuando oyó la sentencia: -Milla Rayen debe ser sacrificada. Así dejo que la llevaran al punto mas alto de las sierras. El gran Sacrificador alzo su brazo y un grito señalo el momento en el que el corazón inocente fue arrancado del pecho que la india ofrecía con valor. ¡Pobrecita Milla Rayen! Su cuerpo había sido ya abandonado por la vida y su corazoncito tembloroso continuaba latiendo como un pichón asustado entre las manos ensangrentadas de su verdugo. Las viejas y los ancianos del consejo bajaban ya por la sendas rojizas en un silencio que tenia algo de remordimiento cuando- la tierra se sacudió, los cielos estallaron en relámpagos y las entrañas mismas de los cerros temblaron. Parecía como que la naturaleza toda se estremecía por el espanto de ver consumado el crimen de una inocente. Todos huyeron precipitadamente, empujándose unos a otros como si su culpa los persiguiera, demasiado apresurados para darse cuenta de que allá, en la cima, el corazón palpitante de Milla Rayen crecía sin medida y se endurecía, hasta convertirse en una piedra que seguía moviéndose, apenas apoyada en una roca, con una especie de balanceo como si0 se empeñara en seguir latiendo. Es que en ese momento había comprendido que había muerto una muchacha sin motivo. Quizás ñancu, el ave sagrada de los mapuches, les arrojo a la cara la estupidez y la injusticia, junto con los bramidos del cielo, para que aprendieran la lección. El corazón de Milla Rayen, cansado de latir, se cayo un día y se quedo inmóvil, al pie del cerro. Si vas a Tandil y preguntas a los científicos, han de contarte que lo que cayo es la piedra movediza. Los mapuches que aun quedan en la región saben que la verdad es otra: el corazón de la indiecita de trenzas rubias y ojos azules, hallo la paz. |
sábado, 23 de julio de 2011
El corazón de Milla Rayen (piedra Movediza)
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Porque lleva ese nombre
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